sábado, 15 de enero de 2011

Un suceso del destino




Me encontraba entonando una canción de una banda de esas que mucho se conocen pero también otros tantos ignoran, en una algarabía que sonaba desestresante ante un mundo que me parecía un tanto bruto en cuento a lo frágil que yo podía ser. Por entonces tenía veinte años y algo me ocurrió, para quedarme como un recuerdo predilecto en mi memoria netamente agradecida.
Una lluvia impertinente decoraba la penumbra de un cuadro melancólico, y aquí yacía yo, en un sillón confortable a medida de altas exigencias, ponderando mi vida como quien tiene que decidirse ante una dualidad.
Resulta que en virtud a una novela escrita por un amigo, y de su generosidad, este me entregó un boleto de ida y vuelta a este sitio acudido por curiosos turistas, por viajeros con sombrero, y por suegras rezongonas entre otras personalidades. El libro escrito por mi amigo lo llevó a la fama en pocos meses; los premios no paraban de llenar sus repisas, hasta yo tenía uno, y con él soñaba. Hice la valija y partí hacia lo desconocido, con un espíritu inquisitivo y escudriñador, con hambre de madurez.
Por una extraña razón todos mis amigos se encontraban en lugares con los que, en cierto sentido, yo había soñado, quizás me faltaba la persistencia. No era vago, pero no depositaba convicción en lo que empezaba, sin tenacidad estaba adherido a cualquier posibilidad de rotura.
 Pareciese que mis compañeros de vida cumplieran por mí mis sueños, eso algunos dirían que es muy de cómodo. Mis amigos estaban ocupados, podríamos decir, en mis sueños y por eso decidí ir solo, también lo tomé como una estrategia para probarme, ver que haría sin depender de los demás en cuanto a lo que depositamos en el resto, culpas, broncas, entre otras tantas cosas. Siempre había pensado en lo que sería estar en medio del campo, solo, sin nadie a quien darle un rol más que a mí, encerrado en mi consciencia real, y alguna vez descubrir qué me aqueja en verdad, porque seguramente por algo me molesta la gente. Será por lo que revoluciona dentro de mí, quizás, en una manera necesaria de ver mis problemas afuera.
En fin, allí estaba esperando a que algún encargado me avise que era hora de partir, iría de excursión turística. Al rato de estar plácidamente recostado en el sillón me embarqué en la expedición, en un colectivo que llevaría a unas 40 personas. Me senté solo, elegí el lado de la ventanilla. Estaba leyendo un folleto cuando escucho unas voces que dicen mi nombre. Al rato aparece Edward, a quien conocí en la piscina del hotel, por el nombre quizás se darán cuenta que no solía hablar el español, más aún, era norteamericano. Dominaba a medias mi lengua, me resultaba placentero oírlo y él, cuando me oía, se reía afablemente junto a su esposa, y me invitaba a reírme también. Luego de esto, yo intentaba articular una oración más simple, porque para ellos casi cualquier articulación que lograba resultaba difícil de entender. Seguido de esto, que para ellos serían, sonidos desprovistos de sentido, imitaban mis voces como loros medios sordos, para luego darme palmadas en la espalda e indicarme que prosiga.
Bueno, resulta que Edward se acercó y me invitó a que vaya a sentarme al asiento en su misma fila, del otro lado del pasillo.
La pasé mejor de lo que me hubiese imaginado, las incomprensiones de Edward y su mujer y el total desenfado con el que se tomaban la situación consiguió que me transmitan energía, necesitaba esta clase de compañía.
La guía por medio del megáfono informó que estábamos por llegar. Ya allí ni se vislumbraban edificios ni mano de obra moderno, solo chozas, a lo lejos. Habíamos cruzado el campo. De pronto nos adentramos, luego de subir por un cerro, en una aldea de apariencia humilde y pacífica. Resultaba ser el alrededor de lo que visitaríamos. Llegamos luego de aproximadamente una hora. Había cesado de llover. Se abrió la puerta del transporte y un aire preciso y confiado invadió de a poco éste, más de a uno se lo escuchó suspirar, como si hubiese venido forzándose durante todo el viaje. Por suerte este misterioso aire invitaba a descontracturarse de todo prejuicio. La guía realizo sus últimos avisos antes de indicar que bajemos. Yo apenas los seguía, eran rutina, siempre lo mismo; pero supe escuchar cuando puso énfasis en que, por si acaso, no debíamos intercambiar palabras, ni gestos con los habitantes del poblado. Me los imaginé como hombres con dos cabezas que se hablaban a ellos mismos y supe reírme solo, la pareja estadounidense me juzgó amablemente de loco y luego rio, seguido de las acostumbradas palmadas en mi espalda.
El sol anunciaba el mediodía justo sobre nuestras gorras con visera, la estrella me parecía resultar útil más que nada para tomar un trago en el bar más cercano. El sudor denotaba al sebo debajo de mi gorra, y humedecía el cuello de mi remera, pero el itinerario era sagrado.  
Empezamos el recorrido atravesando un pequeño poblado que se remontaba a una antigüedad admirable, éste era un paso necesario para poder ingresar en el Casco histórico del recinto, que databa de aún más años. Las calles eran de adoquines cuadrados puestos con lujo y medida de artesano. Pude ver abrochado a la guía un cartelito con el rótulo de Patricia. Ella nos señalaba cada particularidad histórica de los monumentos más llamativos, y a ciertos grupitos que se desviaban les remitía a la precaución que había dicho en el colectivo acerca de los habitantes del poblado: “Por si acaso, no debíamos intercambiar palabras, ni gestos con los habitantes”. Más que mostrarles disgusto por la falta de atención, englobaba estas pautas en un círculo, casi pecaminoso.
El viento con aire caliente me tumbaba a más no poder, soñaba con la piscina del hotel y se me despertaba una imperturbable sonrisa. Y así, sonriendo y con los ojos casi cerrados, me di cuenta al rato de que Edward  estaba intentando llamar mi atención.  
-Oh!, Edward, ¡que sorpresa!, ¿y tu señora?- Pronuncié sonrojado por cómo me había sorprendido.
- Se fue otro lado, a ella gustan más las excursiones. Estabas como… distraído-  dicho esto expulsó sus risas afables.
Caminamos un poco más, luego el norteamericano decidió irse con su esposa. Quedé solo. El calor que se proliferaba con cada esfuerzo, el sol que me astillaba la piel. Decidí acercarme a una vivienda, al reparo de las sombras. Me arrodillo y respiro con alivio, de golpe me empiezo a sentir bien, pero tengo sed, necesito una bebida.
Veo para mi alrededor, no puedo divisar al grupo, acelero el paso hasta las esquinas, veo en las direcciones posibles, nada. De vuelta el sol, recuerdo haberme puesto un protector de poca graduación, me maldigo, pondero la situación,” se donde está el colectivo, se van a preocupar y me esperaran, es su trabajo. Deben tener un tiempo de tolerancia, pero igual no se irán sin mí. Tranquilo. ¡Al diablo el itinerario!” pienso.
En eso observo que me mira alguien, esquivo la mirada quizás influenciado por los consejos de Patricia, la guía. Pero pensándolo bien es algo que me pasa hace un tiempo largo, siento no poder contener las miradas de “la gente”, porque como dice un pensamiento: “Los hombres son crueles, pero el hombre es bueno”. Siento un punzante dolor en la cabeza, cerca de la oreja, quizás es la mandíbula. Resulta que “Él” me observa. No me siento cómodo ahora. Me está viendo, un hombre más del montón, me quiere quitar algo, no se la dejaré fácil, atino a darme vuelta. Emprendo mi camino hacia un comercio que había visto durante el recorrido previo con el grupo, creo que era una despensa. No puedo soportar esa transferencia emocional, es una total falta de respeto, merecen que los ignore. Intento despejar mi cabeza, en la cual tengo un dolor agonizante, siento que me desmayo. Llego al local y desaparece el malestar. Resulta que vendían alcohol, para recuerdo de los turistas, y alguna que otra artesanía con el mismo fín. El hombre que atendía luego de escuchar mis necesidades me direcciona hacia una despensa que se encontraba fuera del casco histórico, a cuatro cuadras de allí, y a una del colectivo. Respiro pausadamente, me relajo y parto con la nueva coordinación.
En el camino me cruzo con una pareja y con, supuestamente, su hijo, a quien miro amablemente, éste me esquiva la mirada, casi inesperadamente. Actúa el padre poniéndole la mano en el hombro. “¿Que tengo?, ¿acaso llevo una carga excesiva que con falta de respeto transmito a los demás, como el mal de ojo?”. Pensamientos que ocupan mi mente. En la calle, por alguna razón, soy el centro de la atención. Quizás pretenda que todo el mundo me reconozca. No lo sé, no lo sé y no lo sé.
Lo primero que hice al llegar al almacén fue pedir un agua mineral. Me sorprendió el edificio con sus paredes que parecían recién pintadas, una puerta barnizada hace no mucho, y una gran sonrisa de su anfitrión. “Buenos días señor, ¿en qué le puedo servir?” me dijo luego de que entrase. Luego se quedo viéndome mientras tomaba el agua tan rápidamente que pareciese no la disfrutaba, puede ser, pero a la vez lo hacía enormemente. Parecía escudriñarme con su mirada, pero no de una manera invasiva, no sentía que me estuviese faltando el respeto. Terminé el agua, y el hombre, que me miraba, esbozó una sonrisa.
Pensaba en como pasar el tiempo, salí del almacén y luego de analizar la cuadra, encontré una especie de bar, cruzando la calle, a una media cuadra. En la calle, de adoquines rectangulares, grupos de gurrumines profesaban alegría infantil y jugaban, según pude ver, con piedras unos y otros tan sólo hablaban, jugaban a jefes y súbditos o corrían una esperanza futura.
 Llegué, y de hecho era un bar, para mi deleite. Rezaba porque no hubiese casi nada de gente, en lo posible nadie, pero la suerte estaba echada.
Apenas abrí la puerta y las voces de varias personas me soplaron en el rostro con estupor. Fue como una bofetada. Supe entrar, con esfuerzo, y me dirigí inmediatamente, esquivando miradas y personas, hasta la barra a la que encontré con una madera lustrada que conseguía reflejar la luz. Llegué y me senté donde no había nadie al lado. Me dolía la espalda, pero tenía que conformarme con el taburete.
Justo después de pedir un aperitivo, alguien me saludó apoyando su mano en mi espalda, me doy vuelta para ver quién era y resulta que se había confundido de persona, pero de todos modos mantuvo una sonrisa en mi. Misteriosamente me dejó de doler la espalda, y pude tomar el trago sin quejarme.
En la barra había hombres robustos que pareciese solían trabajaban en algo duro, o cortaban leña, o en una mina de la zona. Se hablaban con ímpetu con el barman quien les respondía todavía más fuerte, los clientes luego de la respuesta inflaban el pecho y se les dibujaba una enorme sonrisa en el rostro. La muchedumbre hacia un bochinche, pero nada para compararlo con una jauría de loros, no, parecía que el vozarrón de los hombres y las finas de las damas se sincronizaban para no chocarse, todo seguía un rumbo sagrado, de moral preparada, se ve, desde hace años. Había hombres que hacían juegos desafiantes, para retar al otro, me pareció muy de macho falso.
 Tratándome de olvidar a la gente de mi rededor, termine mi aperitivo. Pensaba en salir de aquel sitio, saco la billetera y voy a pagar. Pregunto cuánto es y el barman me responde “Señor, cortesía de la casa”, le pregunto a que se debe esta generosidad, y el barman señala atrás mío. Me doy vuelta y un hombre de una gran barba gris, alza su copa en señal de bienvenida, de saludo cordial. Estaba rodeado de gente que profesaba un clima de jovialidad irresistible. Yo le devolví el saludo y como por inercia a una fuerza misteriosa, me dejé llevar,  a los pocos segundos estaba al lado de él. La gente me miraba, y charlaba entre sí, y sonreía, pero ya para mí no se reía de mi sino, como dicen, conmigo. Estuve a punto de irme, se ve que algunos lo habían notado porque se les borraba la sonrisa. Otros en cambio me analizaban con sus miradas y asentían, solos, no llegué a entender bien esa actitud, ahora que lo pienso quizás me estaban dando el permiso para hacer lo correcto, y eso era quedarme allí.
El hombre barbudo terminó de hablar con quien estaba, y presto llamó a un mozo para que trajese una silla. Me senté y el anfitrión se presentó. Se llamaba Dionisio, pero le decían Nisio.
-Buenos días joven, estoy a su total disposición-
-¿Qué quiere decir…  señor?-
- Seguro has rezado para que se alivien tus males, aquí estoy yo-
-Perdón, explíquese-
-Me explicaré, pero tranquilo, hombre. No hay casualidades en esta vida, tu por algo saltaste por encima de la advertencia que, seguramente, te hizo la guía. Nosotros somos muy distintos a varias personas. Pero estamos a una distancia abismal de entrar en un conflicto real con ellas, diría que, si dios no pierde los estribos, sería imposible.
-Son distintos, tiene razón, lo he notado, pero, ¿Cómo?-
- Somos ejemplos, pero no nos vanagloriamos de ello. Estamos, tan solo, orgullosos de poder servir. Algún día quebrantaremos la ignorancia de los demás y allí, habremos cumplido nuestro objetivo-
-Claro, le entiendo-
-No lo creo muchacho, este es un proceso muy largo, cuando lo comprendas en su totalidad estarás, podríamos decir, iluminado. Pero te hará bien estar aquí conmigo y los muchachos-
Dicho esto llamo al mozo y le pidió algo, no llegué a entender lo que dijo, lo escuché, pero pareció un trabalenguas o algo por el estilo. Si era una bebida no se tomaba usualmente. Me continuó hablando.
-Muchacho, he notado la persecución que creas, no te preocupes, se te pasará-
-Me parece que usted está confundido, ¿de qué persecución habla?- dije fingiendo extrañeza-
-Noto que no te sientes en confianza, todavía. Se nota que eres uno más del montón- Dicho esto se rió junto a unos hombres que rodeaban la mesa, luego me miró tocándose la barba. Inmediatamente todos cesaron de reír. Luego de pensar un instante, prosiguió.- Tienes mucha energía, muchacho, la tienes que usar para algo productivo. Tienes que moverte y luchar por tu vida, algún día te tomarán como ejemplo, lo sé. Porque el que no se esfuerza se deforma y allí afuera si das la posibilidad de que te dañen, no lo dudarán. Esa posibilidad de la que te hablo es producto del miedo. No vuelvas a tener nunca más miedo.
Llegaron los vasos con la extraña bebida, eran unos cuantos, para toda la mesa. Cuando Dionisio me pasó mi vaso, me encontró perplejo. Estaba sino ante una verdad, ante una forma de ver el mundo de una manera más positiva, más completa.
-Señor- le dije- lo que dice me parece elocuente, nunca lo había visto así, nadie me había hablado, jamás, de esta manera. Usted es un genio.
Seguido de esto todos en la mesa rieron, hasta algunos de afuera que seguían la conversación hicieron lo mismo.
-Ya quisiera serlo, ¿sabes que un genio puede usar su sexto sentido?, pero no viene al caso. Tienes que dejar de ser inseguro, enfoca un objetivo y solicítalo con ahínco, Dios proveerá.
Las horas pasaron, cada segundo fue aprovechado para su máximo esplendor. Al final en la charla participaban otras personas. Nunca olvidaré aquel mundo en aquel bar, que buscaba expandirse. Dijeron que yo era un elegido, me costó creerlo.
Había perdido la noción del tiempo. Menos mal, una chica que estaba al lado mío me indico que se estaba por ir el colectivo. Saludé a todos, y partí al inhóspito mundo del afuera. Tenía una misión, no iba a ser difícil cumplirla, tan solo debía seguir el envión, sideral, producente.
Me encontré con la guía, preocupada por mi distanciamiento. Todos me miraban y a la vez nadie. Fui al encuentro de Edward y su esposa y los abracé. Ellos, como siempre, rieron. El plan estaba en marcha, y el destino se prestaría a que se cumpliese.





                                                                                                                            Fin

miércoles, 12 de enero de 2011

Cuadro-espejo*

Cuadros repletos de confusión,
Tan estructurada en lo rebuscado,
Me llevan, me vuelven, me sopesan,
me ponderan, la caca de la cabeza.
Me identifico en lo loco, el coco me late,
brota verdad en venas antes sumisas a control,
Masa amasada a troche y moche. Pero,
che, date cuenta, crea creando frutos
aunque aburridos te espejen en algarabía,
no burlona, se ríen de ellos,
amparados en insensatez insulsa, sosa,
como caldo de mi nona.
El hada latente bulle en sus ojos,
pero la sana tana,  atrancada en tonos maltrechos
de insubordinación para señores que tienen
la gramática en alta gama, confusa, idiota,
total, no te escucha ni el loro.
En fin, mirá el paisaje, pasaje a tus tontas
coincidencias, en que lo que otro vivió se
entrecruza en un planteo trillado,
pero necesario, no para sopeseo
de errantes ojos. Si no tampoco
me tocó en la rúa una carta
con tema en común, con mucho exagero,
pero justo justificado el tinte
travestido en tristes banales
bandoneones tramoyados.
El espejo en mis hojas, desde mis ojos,
pero también con truncados sueños
editados edificados en sutil Dios presente
que aunque queso huele feo,
 feo si no lo comés, te va a ir yendo lento,
lerdo, torpe.
Buscá cocos, y abrilos en desafío latente,
punzante para débil arcaico.
Ya vos maduro entendés que el cuadro
te ayuda a mirarte sin harto al espejo.


* Esta poesía se hizo en un taller literario con la consigna de utilizar pleonasmos y cacofonías.
*Imagen de Jack Nicholson en la película "El resplandor"(The Shining).

Invitación al club deshilachado

Entraste con acefalia,
confiado en desinterés
grotesco el pan servido
y esbozo duro en piel cálida

Huiste del ímpetu aberrante,
del afuera tangencial,
con cielo que ya no cubre
y nubes entradas en humor falaz

De calor amado tirita un alma vivaz
Buscó que remita la compunción malograda
Yace el cofre invitando, usufructúa la miel
Rayos sumisos a la luz pendiente, rayan la sazón
Se contradice la utopía del fútil cuento

Afuera el aire invita a soñar
y la jauría de asperezas atónitas
peregrinaron hasta caer en tiempo sagaz
y es fin entero, de transeúntes que no solo pasan

Prontuario del buen vivir pisa fuerte
aleluya de risas afables,
desiderata terna lo imposible
Poemario intransigente, trama solo picardía
El terreno yace contado con piedras brillantes
y el audaz principesco juega a correr su dicha.

*Imagen de la película "La sociedad de los poetas muertos"